Enrique
está en la cadena. Los tableros de madera pasan sobre las
ruedecillas. Enrique maneja la sierra con la experiencia de diez años
a su espaldas; pero ese día se descuida, un dedo se escurre bajo la
cuchilla, cae sanguinolento entre el serrín.
Al
poco, Enrique está en la cadena. La demanda ha aumentado, los
tableros llegan más rápido. Se distrae un momento y se corta la
mano, que se despide abierta desde el suelo.
Doble
mala suerte.
A
Enrique le cambian de máquina, el pobre no puede seguir en la
sierra. Pero tiene un percance con un disco que se rompe. Se corta el
brazo sano.
El
patrón, los compañeros, las secretarias, los camioneros, todos le
compadecen.
Ahora
se encarga de llevar papeles a los encargados de cada sección, pero
un día cae un palé de botes de esmalte con tal mala suerte que le
machaca las piernas. Han de amputárselas.
Enrique
está de conserje en el recibidor de las oficinas de la fábrica. Es
una sala amplia decorada con jarrones de flores de plástico y tiene
una vista panorámica de la fábrica.
¿Cómo
va Enrique? – Le pregunta la secretaria, su sueño secreto.
Él
ladea la cabeza sonriendo.
El
mostrador esconde que es solo un tronco humano con una cabeza para
aguantar la gorra. A veces, se queda a dormir en la misma silla;
total, ¿para qué volver a casa?
En
la madrugada Enrique ve llegar a los trabajadores en bicicleta. Se
acuerda cuando él era como ellos. Ahora no. Él ha prosperado. Todos
le conocen, todos le quieren.
Buenos
días Enrique. – Le saluda el mismísimo director – ¿Viste
anoche el partido?
Él
ladea la cabeza sonriendo.
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