Al
congreso de los más pobres del mundo no asistió Xurruqui, se lo
llevó un repente, un golpe en las tripas, pobre criollito. Sí pudo
asistir Zulma, con treinta años tan vieja ya, las manos rotas de
escarbar con sus dedos en basura. También llegó Naide, con los
bolsillos de su largo gabán cargados de pelusillas y se sentó junto
a Ena y Rasha y su perolito de barro.
Las
voces se solapaban estridentes, muchos puntos del día, muchas
ponencias, los asistentes alzados de sus butacas braceando al aire,
indignados; muchas reyertas.
Una
niña pelona clama insistentemente que se acabe eso de que todos
chillen a la vez, por eso deciden hablar por turnos.
Yo
quiero que mi papá tenga un carro para poder bajar a Bogotá a
trabajar de tornero, que es lo que es él y nos pueda dar paseos los
domingos.
Yo
quiero ir al centro de tránsito de Jartum a aprender dinka y que
encuentren a mi familia, que hace cinco años que no veo.
Me
gustaría tener unos sacos de cemento y ladrillos para que mi hermano
y Mohan puedan hacernos una casa que cuando llueva no se llene de
charcos. Estoy harta de poner cubos para que no se llene todo de
agua.
Y
baldosas, queremos podernos hacer el suelo de baldosas.
Yo
quiero que a mí y a mi hijo nos den la medicina que nos deje vivir,
que no la podemos pagar y así estamos, muriéndonos poquito a poco.
Sé que hay medicinas que te hacen vivir bien, pero aquí no llegan
porque no hay dinero para comprarlas.
Quiero
que haya un grifo en la calle y no tener que ir todas las mañanas
con la carretilla de las garrafas hasta a mitad camino de Âïn-Âïcha.
Pesan mucho y a veces se me caen por el camino. Yo ya no estoy para
estos trotes. También quiero un cencerro para la Peluda, se sube a
los árboles a masticar hojas y luego no la encuentro, pero bueno,
eso ya lo hará Rubel que es un manitas.
Le
toca el turno a Tahaj Sedí:
Ya
no se puede beber agua del río. Si la bebes te entra diarrea y
vómitos. Quiero que se vaya la fábrica de Pataina y el agua vuelva
a bajar limpia. Mi padre contaba que antes el agua era tan clara que
podías ver dormir los peces sobre las piedras. Así podríamos beber
tranquilos y bañarnos en verano y volver a pescar.
Tantas
eran las reclamaciones que dejaron de hablar uno a uno, pues a la
gente se le iba ocurriendo nuevas cosas. Al final no se entendía
nada. La niña pelona volvió a pedir silencio, chilló tanto que,
desesperada de que no la hicieran caso, se puso a llorar.
Entonces
todos callaron y uno de ellos tuvo la genial idea: Podían apuntarlo
todo en papeles y meterlo en una caja.
Pocos
sabían escribir, pero, armados de paciencia, los que sí sabían
fueron escribiendo todas las reclamaciones de la gente. Tres meses
estuvieron haciéndolo, con sus días y sus noches.
Cuando
hubieron acabado vino el esbirro gordo del dictador del mundo con
cuatro esbirros más vestidos con monos azules. Saludaron a la
concurrencia:
¡Gracias!
¡Muchas gracias!
Cogieron
la inmensa caja llena de ilusiones con mucha delicadeza, la cargaron
en su reluciente furgoneta nueva y se la llevaron a la fábrica
particular de papel higiénico del dictador del mundo.
Comentaris