Diario de alarma. Decimoséptimo día

Diario de alarma, folletín de ficción de cuarantena por entregas.

Decimoséptimo día

- En el país de los pajaritos, las urracas son de las más elegantes. Tienen ese andar soberbio, caminando sobre sus patitas largas, moviendo la cola de lado a lado. Llevan camisa blanca y la punta de las mangas sobresale al final del frac. Los jilgueros las ignoran, ellos tienen el carácter de las zonas cálidas, más desentendidos y juguetones. Sin embargo, las palomas observan las urracas para aprender, pues en el país de los pájaros es bien sabido que las urracas son de las más listas, ya que son la familia de los cuervos. Estudian cómo estiran de gusanos en sus agujeros en la tierra, o cómo juegan con las aceitunas que han caído. Cuando la maestra urraca se ha ido, las palomas prueban imitar sus piruetas. En el país de los pajaritos el suelo del bosque está lleno de caquitas, por eso crecen muchas y hermosas flores, aunque no sea primavera. En el país de los pajaritos a veces llueve y a veces no, a veces hace viento, y los pájaros se esconden en las ramas de los árboles, a veces hace sol y calor, entonces se dan baños en los charcos, agitando las alas con alegría, porque siempre están contentos. De día y de noche cantan, los pajaritos, porque hay pajaritos que duermen de noche y hay pajaritos que duermen de día. De noche, cantan las lechuzas blancas y los mochuelos con un sonido profundo, tienen la boca pequeña y muy grandes los ojos. ¿Tú qué eres, Adriana? ¿Pajarito de noche o pajarito de día?
Pero Adriana duerme profundamente, ya incluso se agita en sueños, y yo me pregunto si estará con pajaritos o seguirá encerrada en un cuarto como una celda pintada de rosa. Me entran ganas de llorar. Últimamente me pasa de pronto, sin un motivo concreto. A lo que más temo es al futuro de mi hija, por eso creo que me entra esta congoja desde que empezó el encierro. Yo doy igual, pero ella... todo por delante, todo tan incierto... No merece que yo me entristezca, ella, que es mi vida, mi refugio. Me animo pensando que la cosa no es tan grave, pasará en unos días, unos meses a lo sumo. Tener de quedarse en casa en mucho mejor que tener que irse de ella. Quizá eso sea lo próximo, irse. Aparto ese pensamiento oscuro que trae imágenes familiares de pasos, maletas y fronteras. Miro a Adriana, el bonito rostro de la inocencia fijo mientras duerme, los labios tranquilos, los ojos cerrados mirando sueños infantiles, el cabello rubio derramado en la almohada. Me la comería a besos. Yo también he sido niña y algo de esa niña queda en mi, en lo profundo. Me sale cuando estoy con ella, entonces nos vamos con los pajaritos. Con ello intento hacer más llevadera esta situación que no entiende. Pero el encierro nos cambia el carácter, así, de repente. A veces pierdo la paciencia y me sorprendo diciendo cosas que no pensaba que diría, cosas que decía mi madre y de las que siempre me he quejado. Intento que no pase, pero es lógico que suceda, las dos en este piso tan pequeño, tan agobiante, día tras día, refugiadas de un virus que acecha. Pienso que no la merezco, es un encanto, es increíble la capacidad que tiene de abstraerse, perderse en su mundo imaginario. Las nuevas generaciones sabrán desconectar bien de la realidad. Quizá no tengan más remedio.
Cada día hay menos en la despensa y no queda saldo en el móvil. Whatsapp no se actualiza y solo puedo recibir llamadas. Me ha llamado la casera. No he respondido. Ha llamado Alberto, el policía al cual le limpio la casa, ayer no tuve tiempo de cogerle el teléfono y como no puedo llamar...
- Vaya, Ioana, por fin respondes.
- Perdone, ayer no pude contestar.
- Pues si llamo es que algo quiero. Podrías responder las llamadas. ¿Qué pasa que no vienes?
- Pensaba que con esto del confinamiento no se podía ir a trabajar.
- Bueno, sí, confinamiento, pero aquí en esta casa hay mucho trabajo, ya sabes la que lían los nenes, y mi mujer no da a basto con todo, la pobre. Y yo tengo que trabajar como un cabrón para que esto no se vaya de madre, ¿sabes? Es confimaniento, digo, confitamiento, confinamiento ostia, pero no vacaciones.
- Es que como no tengo seguro si me paran no puedo justificar que voy a trabajar. Me la juego.
- Ese es tu problema. A mi no me vengas con cuentos.
- Bien, de acuerdo, no lo pensaba así. Pues puedo ir ahora mismo si quiere, la niña duerme...
- Ya no hace falta. Eso quería decirte. Entenderás que hemos estado toda esta semana sin saber de ti, Cuqui pensaba que te habías ido a tu país, o que te habían echado, como no sabemos si tienes papeles... Bueno, total, que hemos tenido que buscar a otra chica, que además, todo hay que decirlo, es más barata. Piensa que estamos en crisis y hay que mirar mucho los gastos, que casi no llegamos a final de mes, ¿sabes? Bueno, pues eso, que te vaya bien. Adiós.
Y cuelga. Cuelga, cuelga como se cuelga a un ahorcado. Maldito hijo de puta, puto yonky putero, poli de mierda baboso, hipócrita, machista cabrón cabrón cabrón impune tras la placa de poli. Este es mi puto país, llegué con nueve años y tengo veintinueve. Que me mire la documentación, él que se dedica e esto. Jodido racista de mierda que solamente quiere inmigrantes para pagarles menos, desgraciado. ¡Qué sabrá él de no poder llegar a final de mes! ¡Esto es no llegar a final de mes! Encima, el desgraciado, me debe las dos últimas semanas. Aprieto el botón de rellamada, la voz grabada me comunica amablemente que me joda. Lanzo el teléfono al otro lado de la habitación, a punto de chillar, de llorar de rabia, de dar patadas a todo. Adriana asoma la cabecita desde el mundo de los pajaritos.
- ¿Qué pasa mamá?
Me siento a su lado en la cama, pasa sus manos suaves, sus manos cálidas, sus manos pequeñas por mi pelo y un bálsamo de sueño me transporta a su mundo de juegos e inocencia.


(Continuará)

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