Diario de alarma. Trigésimo séptimo día.

Diario de alarma. Folletín
Trigésimo séptimo día.
Ioana.
- Me muero por salir. Y eso que no he cumplido muy a rajatabla la orden de quedarme en casa. Pero ahora para salir la cosa está chunga. En la tele, aparte de las listas de enfermos y fallecidos, dan la lista de las multas y detenciones de gente que infringe el toque de queda. Algunos polis se sienten a gusto apalizando a quien sale de casa, lo he visto en vídeos. Este país se ha convertido en un país de abuelas del visillo, vecinos chivatos, patrullas y controles, drones que hablan e identifican a la gente.
- Ya. Si alguien hace dos meses hubiera dicho que todo esto iba a pasar, hubiera pensado que ese tipo debería estar en un manicomio.
Llevamos varios días en casa de Lucía. Tengo deseos enfrentados. Por una parte querría volver a mi casa, pero así, sin dinero, me agobiaría enseguida. Mi hija está encantada, pues juega mucho con ella. Le está enseñando a cantar como los pajaritos. Pero debería volver a mi casa. Tengo mucho miedo al contagio y todos deben estar infectados, seguramente yo también. Además, nunca me ha gustado deberle nada a nadie y ya debo mucho.
- Añoro tanto las clases... - prosigue,- las cenas con amigos, los ensayos con la orquesta, ir a pasear por la playa... Lo primero que haré al salir es ir a ver gente, a Julio, Marta, a Pedro y Silvia, a mis amigos del alma. Y a mis padres, por supuesto. ¿Tú tienes familia?
- Aquí no, en Rumanía. Mi madre y un hermano. Mi madre vive sola, en Hateg, un pueblito, hace tiempo que no sé nada de ella.
- ¿No habláis por teléfono?
- No.
- Mujer, pues llámala.
Ella no sabe que no tengo saldo, claro que querría llamar, pero hay otras preferencias.
- ¿Te gustan los helados? A mi me pirran los helados, los como hasta en invierno, y eso que es fatal para la voz, y para el régimen. Soy muy propensa a engordar. Es la constitución, y la Constitución no se puede cambiar en este país, a menos que lo ordene el Banco Europeo, claro, - ríe de su ocurrencia. - Cuando salgamos te invitaré a un helado. En la heladería de la plaza los hacen ellos y están buenísimos. Para mi de mango, que es mi favorito, aunque también me pirra el de mojito.
- Yo de estraciatella.
- ¿A que está rico? - Lucía hace como si tuviera la terrina en la mano y tomara una cucharada, se relame riendo.
- Mucho, - contesto yo siguiéndole la broma.
Ella se levanta, observa cómo juega mi niña, absorta vistiendo y desvistiendo un muñeco, luego mira la calle vacía, el día lluvioso.
- Hoy hace otro día para quedarse en casa, - bromeo. Ella sube y baja de ánimo.
- La cosa se está alargando demasiado. Duermo fatal, tengo unos cambios de humor que parece que esté hormonando todo el tiempo. Estoy harta. Hoy es uno de esos días en los que me subo por las paredes. Si no me encuentras, busca en la lámpara que estaré ahí colgada, como una araña. Me he vuelto a morder la uñas, con esmalte y todo. Se están pasando. Todo esto es desproporcionado. Nos tratan como a inferiores, nos menosprecian, no nos tratan como a ciudadanos adultos. En otros países no han hecho todas estas cosas, esto huele mal. Creen que no somos capaces de mantener las medidas higiénicas necesarias. ¿Qué mal tiene que podamos salir a pasear un rato? ¿Por qué no pueden salir los niños? Es cruel. Yo aún soy afortunada, ¿y la gente que vive en un cuchitril? Para mi que es peor el remedio que la enfermedad. Habrá mogollón de depresiones, crisis de ansiedad, divorcios... Para muchos, este confinamiento no les saldrá gratis psicológicamente hablando. Ni para la sociedad, será un trauma. ¿ Y la gente que vive con un maltratador? ¿Y los ancianos solos en sus casas? ¿Y los que tienen negocios? Vaya ruina. Y la crisis que vendrá. ¿Sabes porqué esto es una pandemia, porqué estamos todos tan preocupados? Por que es una enfermedad que nos toca a la clase media, a los países ricos. Si no fuera así no existiría. Si pasara solamente en África sería una noticia de refilón en los telediarios. Eso pasa. Joder, perdona, no paro de hablar de política.- Se queda en silencio. Se da cuenta que sus palabras espesan el gris de los cielos. Yo también callo, ¿qué habría de decir? Me gustaría dar algún tipo de ánimo, ver el lado positivo, pero no se me ocurre nada.
- ¡Pam! ¡Estás muerto! - Le dice Ariana al muñeco.
- ¿Lo has matado? - pregunta Lucía interrumpiendo su juego.
Ariana, como avergonzada, le explica:
- Le ha pillado el virus malo.
- Ah.
El mono salta al balcón desde casa de Morgan. Coge un par de pinzas del tendedero y se despide alzando el brazo sin mirarnos.
- ¿Y tú, Ioana, qué vas a hacer?
- ¿Qué vas a hacer de qué?
- No sé, cuando acabe todo esto.
- Veré si vuelvo a trabajar limpiando casas. Hablaré con la gente a la que iba y una amiga conocía a unos que buscaban a alguien. Necesito dinero.
- Si hace falta yo te puedo dejar. ¿Y el padre? ¿No te ayuda con la niña?
- No sé nada de él. Desapareció. Casi mejor así. - Sé que Lucía se muerde la boca para no preguntar más. Por suerte no lo hace, no quiero hablar de él. - Da igual, siempre me sabido buscar bien la vida.
Me pregunto el real significado de buscarse la vida, y me respondo: tener solo para hoy y nada para mañana. Eso es lo que he estado haciendo, caminar por el filo de un precipicio, en constante equilibrio para no caer, obligada a no ver más allá del día presente, sin derecho a tener objetivos, sin derecho al futuro. Siempre con lo justo, siempre midiendo. Sin pertenencias, sin ser ni de aquí ni de allá, de una casa a otra, de un trabajo a otro, de un país a otro, de un pueblo a otro, dejando en cada cambio un poquito de mi misma, diluyéndome. Ariana es mi alegría pero también mi preocupación. Suerte que ella me ocupa, le da un sentido a la vida, si no, no sé qué sería de mi. Estaría perdida. ¿Pero, y su futuro? A medida que he crecido, me he ido haciendo pequeñita. Todo lo que me sustenta es tan frágil que no sé nada del mañana, pero ahora el mañana me inquieta, el mañana es el tiempo de Ariana, y el mañana es tan turbio...
- Perdona.
Lucía se sienta en una silla frente a mi. Coge mis manos, las suyas son grandes y calientes, la mías pequeñas y frías. Me mira a los ojos. No entiendo.
- Perdona, - repite.
- ¿Perdona el qué?
- Por lo que he dicho antes. Hablo sin pensar, por desahogarme, soy una cotorra. No tengo derecho de llenarte la cabeza con malas historias. Bastante tendrás con lo tuyo. Yo aquí añorando mis caprichitos burgueses. Es obsceno que me preocupe por esas tonterías y que haya tantísima gente que lo esté pasando fatal cuando en lugar de quejarme habría de actuar. De verdad, lo siento.
- No debes sentir nada. Nos has acogido en tu casa estos días, no puedo más que agradecerte lo mucho que estás haciendo por nosotras.
- Quiero que sepas que estoy encantada. que estéis aquí. No sois ninguna molestia, al contrario. Quedaos el tiempo que queráis. Ariana da mucha alegría en esta casa, me gustaría ayudaros más si puedo. - Entonces Lucía coge mi rostro con ambas manos, escarba en mis ojos con sus ojos, me besa la frente, roza con un beso mis labios, de sus ojos escapan dos lágrimas. Yo no puedo llorar.
- Si me pudieras dejar algo de dinero, te lo devolvería en cuanto pudiera. Nos volveríamos a nuestra casa, - le digo mirando mis zapatos.
(Continuará)

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